domingo, 18 de agosto de 2013

TIEMPOS DE CAMBIO CAPÍTULO 7


















La cárcel era un edificio estrecho lleno de pasillos y recovecos. Las celdas de los presos tenían las paredes del piedra, chorreaban humedad, y por el suelo de tierra, campeaban las ratas a sus anchas. No había ventanas, ni ningún tipo de ventilación porque eran sótanos profundos, y la única luz que se percibía era la de los candiles colgados entre una celda y otra. Tampoco disponían de ningún jergón en el que poder extender el cuerpo cansado y dolorido. Los presos solo podían acurrucarse con la espalda apoyada en la pared.
Pedro sintió un escalofrío al verse en aquel lugar inmundo, lleno de porquería y mal olor. No sabía cómo había llegado hasta allí, ni quién había podido denunciarle de hacer algo que en realidad no hacía. Notó frío y se acomodó en un rincón. La cabeza le daba vueltas y se sentía aturdido. Clamó a Jesús en busca de ayuda, rezó una y mil veces el Padrenuestro, hasta que ya de madrugada, el agotamiento le venció y pudo dormir un rato.
Cuando despertó estaba ya entrada la mañana, pero él no lo supo, porque en aquellos sótanos nunca amanecía. Después dos carceleros vinieron a buscarle y le llevaron a la sala de interrogatorios. Un encapuchado de larga barba gris le fue haciendo las preguntas, mientras otro, sentado en un pequeño escritorio, iba tomando nota de ello.
-¿Cuál es tu nombre?
-Pedro de Toledo
-¿Es cierto que eres hijo de Francisco Gil de Toledo y que tienes domicilio en la Calle del Ángel?
-Si, señor- contestó Pedro con la cabeza gacha.
- ¿Es cierto que antes de la expulsión de los judíos practicabas la religión de Moisés?
-Si, señor.
-¿ Y es cierto que después recibiste el bautismo cristiano?
-Si, señor.
-¿Y que después de recibirlo has seguido practicando esa ley y ofendiendo a Dios Nuestro Señor?
- ¡Eso no es cierto! ¡Me hice cristiano y desde ese día no conozco otra religión!
-¿Y cómo sé que es verdad lo que dices?
-¡Lo juro!
-Eso no me sirve. Jurar por una cosa en la que no se cree no tiene validez.
Pedro titubeó. No veía la manera de hacer ver al clérigo que lo que decía era cierto.
- ¡Traed una Biblia!- ordenó el encapuchado- ¡Júralo ahora!
 Pedro tomó el libro en sus manos y con voz firme y resuelta, dijo:
-¡Juro por Cristo y su Santa Madre que he dejado las prácticas del judaísmo! No tengo otra manera de hacer ver que lo que digo es verdad, pero Dios es testigo de que mi conversión es sincera.
El inquisidor hizo un gesto, se quedó unos segundos pensando y después , en lugar de mandarle a la sala de torturas, como era la costumbre, le mandó de vuelta a la celda.
Una vez allí, Pedro tuvo mucho tiempo de pensar y rezar. Sobre el suelo de tierra pidió perdón por sus pecados y por todas las ofensas que hubiera podido cometer contra los que amaba y contra los que ni siquiera conocía. Pidió al Todopoderoso que le sacara de aquella encerrona y que protegiera a toda su familia.
Luego, poco a poco, fue conociendo a algunos de los prisioneros que estaban en las celdas cercanas a la suya. A su derecha se encontraba Abraham Yonah acusado de cocinar adafina el viernes por la tarde. A su izquierda estaba Simeón Leví, al que s ele había encontrado en el sótano de su casa un libro sagrado de salmos y un candil de cinco puntas con una estrella de David. Su mujer, Raquel, estaba dos celdas más allá, por ser cómplice de su marido, y Esther Meir, una vecina suya, estaba condenada por bañarse en viernes antes de la puesta de sol y vestir ropa limpia el sábado, día de descanso judío.
De todos los prisioneros, Simeón Leví era el más insolente, porque aclamaba a Yavé a voz en grito y en ningún momento negaba sus prácticas judías. A lo largo del día no dejaron de acudir unos hombres que se llevaban a los prisioneros uno a uno. A Simeón le trajeron en una carreta sin sentido y con el cuerpo ensangrentado. Su mujer enloqueció al verlo y se declaró inmediatamente judía para no ser llevada a la tortura. Y su vecina, dominada también por el terror, manifestó que había sido obligada contra su voluntad a judaizar, lo que no la libró de volver a su celda con un brazo colgando.
Viendo la triste suerte que corrían sus vecinos, a Pedro empezó a dominarle el pánico, y cada vez que aparecía un carcelero, temblaba de pies a cabeza sin poderse controlar, creyendo que venían a por él. perdió la noción del tiempo. No sabía si era mañana, tarde o noche. Imaginaba que cuando le traían la comida debía ser de día, lo mismo que cuando oía los gritos de desesperación en alguna de las salas de tortura.
Según sus cálculos llevaba allí encerrado cinco días cuando llegó un sacerdote y se metió en la celda de algunos prisioneros, invitándoles a pedir perdón por sus pecados y reconciliarse con Dios. Luego los vió salir de uno en uno hasta un total de ocho.Dos hombres y dos mujeres, entre las que reconoció a Raquel Leví y Esther Meir, llevaban colgado el sambenito amarillo que las obligaba a cumplir un largo periodo de penitencia y a soportar los insultos y humillaciones de sus vecinos, y detrás salieron Simeón Leví y Abraham Yonah junto con otros dos hombres que no reconoció, éstos llevaban el sambenito de color negro, lleno de demonios y llamas infernales, lo que quería decir que habían sido condenados a morir en la hoguera.
Pedro pudo oir desde su rincón el griterío del pueblo, las burlas y los insultos de la gente que se había congregado a la entrada para ver salir a los condenados. Luego escuchó el ruido de las carretas que se alejaban y la voz de Simeón Leví que rezaba a gritos cantos de alabanza a Yavé. Después no oyó más, pero sabía de sobra lo que seguía a continuación. Los llevarían a todos recorriendo las calles, soportando mil humillaciones sin poder defenderse. Los chiquillos les tirarían piedras, los hombres les escupirían en el rostro y las mujeres les arrojarían desde sus ventanas, orines y aguas sucias. Mientras, en la Plaza de Zocodover, otra multitud esperaría impaciente su llegada. Les colocarían sobre montones de leña ya preparada, y el verdugo, con la cara tapada, los prendería fuego. Imaginaba sus gritos desesperados de dolor insoportable, con los cuerpos envueltos en llamas y la gente a su alrededor voceando.
¿Sería aquel auto de fe un anticipo de la muerte que le esperaba a él?

DÍA DEL DOCENTE

Celebramos el Día Mundial del Docente en  EL BAÚL DE RITA . Pásate a verlo.