( dibujo tomado de Internet)
MI
PERRO
El perro de mi infancia fue, sin lugar a dudas, "El
Bobi". Hijo de una perrita llamada Linda que también vivía con nosotros.
Era un chuchillo, de color canela y blanco por algunos sitios, de estatura
media, no rebasaría a un cocker. Yo le tenía como un juguete más, de
cachorrillo le vestía con mis trajes de pequeña y le daba paseos con un
cochecito de bebé viejo y destartalado que no sé de dónde habría salido. El
animal estaba atemorizado, no le gustaba que le subiera en el carrito, le daba
mucho miedo, y a la menor oportunidad saltaba y se escondía entre los árboles
para que no pudiera encontrarle.
Cuando se hizo mayor, mi padre, muchas veces, lo ataba en el
patio, porque a la mínima oportunidad se escapaba y podía pasarse todo el día
por ahí, con el consiguiente peligro de atropello o de caer en alguna trampa
para cazar conejos.
Para mí era como un peluchito, alguien que iba creciendo
conmigo, él haciéndose viejo, y yo, una jovencita. Algunas veces le cogía con
la correa y le sacaba a dar un paseo por los alrededores. A él le gustaba mucho
y disfrutaba de lo lindo. Otras veces era él mismo el que se escapaba, al menor
descuido , si estaba suelto en el patio y veía la puerta abierta salía
corriendo como alma que lleva el diablo, cruzaba la carretera y se perdía por
el Camino de las Acacias. De nada servían los gritos desesperados de mi madre
para hacerle volver, él seguía desobedeciendo, feliz de haber encontrado la
ansiada libertad, y hasta que su estómago no le demandaba comida no volvía a
casa. Por lo demás era muy cariñoso y bonachón, nunca mordió ni dió ningún
signo de agresividad.
Dormía en el garaje, pero algunas veces mi padre le dejaba
entrar en la casa por la noche, mientras veíamos la televisión. Se tumbaba
feliz en un rinconcito al lado de la mesa donde cenábamos. Le encantaba ser
nuestro invitado, pero cuando era la hora de acostarse volvía a su montón de
sacos y mantas viejas del garaje, o a su caseta de albañilería que tenía en el
patio, junto al almendro. Lo hacía sin rechistar, contento de haber pasado ese
rato con nosotros.
Recuerdo que las tormentas le daban muchísimo miedo, los
truenos le aterraban y se metía entre los palos de leña que mi padre amontonaba
en una esquina del patio, al resguardo de la lluvia, allí, el animalito,
encontraba refugio pero temblaba todo su cuerpo y de nada servían mis palabras
de tranquilidad y consuelo que trataba de hacerle llegar. Se quedaba
quietecito, agazapado, hasta mucho después
de que la tormenta diera a su fin.
Él fue protagonista de mis juegos, compañero en mis lecturas
infantiles, testigo de la aparición de mis primeros granos y espinillas, de mi
primer enamoramiento, del trasiego de la adolescencia y el regreso a la
estabilidad de la juventud. Me conoció siendo niña y me dejó convertida ya en
una mujer joven.
Fue un día de pleno verano. Sus facultades estaban ya muy
mermadas por la edad, oía y veía mal, sin embargo el gusto por escaparse no le
había abandonado todavía, y una tarde, que encontró la puerta abierta, se fue
como tantas otras veces, solo que ésta ya no regresaría. Lo esperamos aquel día
hasta bien entrada la noche, pero cuando vimos que a la mañana siguiente
todavía no había regresado , nos pusimos en guardia. Algo le había pasado,
nunca tardaba tanto. Por la tarde mi madre y yo salimos en su busca, hicimos
una buena batida por los alrededores, buscando por todas partes y preguntando a
los vecinos , hasta que alguien nos dijo que, por la carretera de abajo, había
un perro en la cuneta atropellado por un coche. Nos pusimos en lo peor.
Angustiadas, llegamos a la zona...¡y
allí estaba el pobre Bobi! Muerto ya con un terrible golpe en un costado. El
corazón se me encogió de pena y no pude evitar las lágrimas. Mi padre lo
enterró al lado de la casa, muy cerquita de donde yo jugaba de pequeña.
Después de él hubo otros, a los que también quise, pero "
el Bobi" siempre será el primero, el de mi infancia. Descanse en paz.