Hace tiempo que no escribo en el blog, la ley me tiene
entretenida el tiempo del trabajo y el que tendría que ser tiempo libre. Nuevas
programaciones, nuevos modelos, nuevos libros de texto, otras propuestas
curriculares, metodología...en fin, un montón de cosas que apenas nos dejan
tiempo para respirar y para pensar en lo que debe ser lo realmente importante
en educación: el niño.
Todo se hace para él pero sin tenerle en cuenta en absoluto.
¿Hemos hablado en algún momento de sus intereses? ¿Hemos partido de sus
inquietudes, de sus juegos, de sus preguntas para, a partir de ellas, crear
nuevos aprendizajes? ¿ Alguien cree que a un niño de 8 o 9 años le puede
interesar saber qué es una fracción decimal o las estructuras sintácticas que
aparecen en las oraciones?
En los dos meses que llevamos de curso, con los libros de
texto nuevecitos en mis manos, adaptados
a la última ley, hablando de innovación educativa, de Inteligencias
Múltiples, de Aprendizaje Cooperativo y de Proyectos...veo que hemos avanzado
poco, porque siguen estando llenos hasta no poder más de contenidos y más
contenidos. Con un tiempo establecido para meterlos en la cabeza de los niños,
a la carrera y sin asimilar muchas veces, sin que puedan comprobar su avance y
disfrutar de ello .Me recuerda el trabajo en serie de las fábricas cuando, por
la cinta, van pasando las cajas que se llenan de contenido, y se cierran para
dar paso a otra y otra....Así, el niño que es despierto o está algo más maduro,
llega, al que le cuesta un poco más suda tinta, ¡pobre hijo mío!, para alcanzar
el suficiente en el mejor de los casos. Crece el aburrimiento en ellos, el
descuelgue, y no sólo eso, también la
desmotivación del profesor que tiene que
ir a la carrera, contra reloj para terminar el curso dándolo todo, y dejándose
en el camino sus ilusiones.
Ante este panorama ¿ cómo no van a perder los niños las ganas
de aprender? Precisamente ellos que son curiosos por naturaleza deben tener
derecho a hacer todas las preguntas que les inquieten, y a partir de ellas ir a
otras, despertando su curiosidad por conocer el mundo que les rodea,
descubriendo sin necesidad de presiones, cada uno a su ritmo, sin homogeneizar,
sin estar pendientes de notas ni evaluaciones ni tener que aprender las cosas
en un tiempo establecido.
Varias son las leyes educativas que he conocido en mi vida
profesional ,y en poco se diferencian unas de otras, en este aspecto que
estamos hablando. Todas han salido de arriba y sin tener en cuenta, como base
real, a los dos únicos protagonistas de todo proceso educativo: el alumno y el maestro. Y si la educación en este país
todavía se mantiene en pie es gracias a este último. Al humilde y pobre maestro
que trabaja siempre pensando en el bien de su alumno, sin conocer horarios.
Por lo que a mí respecta, ya he tenido dos meses de contacto
con lo nuevo, un tiempo más que suficiente para reflexionar y decidir que, en
mis clases, los niños tienen que seguir siendo felices, y no vamos a estar bajo
la presión de ningún libro de texto que nos marque el camino y nos agobie con
mil y una actividades y propuestas. Haremos lo que se nos pide en la ley, claro
que sí, pero con sensatez y sobre todo, sobre todo, con corazón.