domingo, 28 de julio de 2013

TIEMPOS DE CAMBIO. CAPÍTULO 4


















Y mientras esto ocurría en la casa de Yosef, en la de Elías todavía mantenían la esperanza de que el Decreto se revocara en el último momento, pero ya estaban a primeros de julio y no sucedía nada, muy al contrario, los caminos se llenaban cada vez más de tristes desterrados en busca de un lugar donde empezar de nuevo. Había llegado el momento de convertirse o partir. Y la decisión estaba clara. Ni Elías ni ninguno de su familia se sentían con fuerzas para renunciar a su fe o para fingir que lo hacían. De modo que, perdida toda esperanza, también ellos empezaron a movilizarse.
-¡Conviértete, y podrás quedarte- le decía a Elías su amigo Fernando con el corazón dolorido.
- No puedo hacerlo. No puedo renunciar a mi condición de judío. Me faltan las fuerzas.
- Pero puedes fingir que te conviertes y seguir practicando tu religión. Muchos lo están haciendo para poder quedarse.
- Si, ya sé que muchos lo están haciendo, y respeto su decisión, pero en mi caso no es posible. No sé fingir, Fernando. Siento que debo actuar con el corazón y hacer lo que él me dicte. Mis creencias y mis actos tienen que ir a la par.
Abraham Bueno, el padre de Elías, vendió su casa. Aquella en la que pensaba que vería la luz por última vez y que después heredaría su hijo. De buena gana la hubiera quemado como sabía que estaban haciendo en las juderías de otras ciudades. Antes comida por el fuego que ver cómo gentes extrañas ocupaban lo suyo. Pero necesitaba el dinero, y  no sólo tuvo que vender la casa, sino también la huerta y cuantos objetos de valor tenía, que ya no podían salir del país con oro ni plata.
 Partió una mañana  clara y despejada, con las primeras luces del alba, después de subir al fonsario, donde enterraban a los muertos. Sumido en un profundo dolor buscó la piedra en la que figuraban los nombres de sus padres y abuelos, y oró en silencio, despidiéndose de lo que más quería. Entristecido, bajó con pasos lentos hasta la casa donde estaba ya preparado el burro que habría de ayudarles, a él y su familia, a llevar sus escasas pertenencias hasta el puerto de Valencia, y desde allí a Salónica, donde le esperaban algunos de sus parientes más cercanos. Abraham comenzó  la marcha cabizcajo y toda su familia le siguió. Elías iba en último lugar, sentía un hilo invisible que le ataba impidiéndole avanzar. A cada instante miraba hacia atrás intentando retener su casa en la memoria, para que quedase bien grabada en el recuerdo, sin perder un detalle, por muchos años que pasaran.
Al salir por la puerta de la Judería le estaban esperando sus amigos, Fernando y Yosef. aquellos que siempre habían sido como sus hermanos. De buena gana hubieran partido con él, solo por ver aliviada su tristeza. Los tres se miraron en silencio, conscientes de que esa sería ya la última vez que lo hacían. No supieron qué decirse. Era un sentimiento tan hondo el que notaban , que les abrasaba las gargantas y les impedía pronunciar palabra .Fernando y Yosef empezaron a caminar junto a Elías un largo trecho. Al pasar por la huerta que fue de su amigo, tomaron un puñado de tierra y lo guardaron en una bolsa. Después se lo entregaron a Elías y éste se lo colgó al cuello. Siguieron todavía un trecho más. Toledo empezaba a quedar lejos. Ya no se veía el Tajo ni tampoco las casitas con su catedral en medio, ya solo se veían olivares y un largo camino seco y polvoriento. Llegaba la hora de la despedida, aunque habían tratado de retrasarla al máximo, pero al llegar a un recodo, Elías se detuvo:
-Ha llegado el momento- dijo
Y se fundió con los otros dos en un estrecho abrazo
- Una parte de mí se queda aquí para siempre- añadió
- Y una parte nuestra se va contigo- contestaron sus amigos
Elías marchó.Yosef y Fernando lo vieron alejarse con el paso cansado y la cabeza gacha. Ya no miró hacia atrás ni una sola vez y cuando desapareció por el camino sus amigos volvieron a Toledo.
La ciudad lloraba. La Judería había quedado desierta y silenciosa. Los que en otro tiempo le dieron vida y alegría marchaban angustiados hacia un futuro incierto. Allí quedaba todo cuanto tenían, su fortuna y su hogar. Muchos partieron con la llave de sus casas atada al cuello, y la acariciaban mientras iban camino de un puerto cualquiera o de tierras portuguesas.
Poco después de su marcha, el barrio judío fue regalado a la Parroquia de Santo Tomé. La sinagoga del Tránsito, que tantas veces les sirvió para rezar e invocar a Yavé, fue donada por los Reyes Católicos a la Orden de Calatrava y convertida en iglesia. Pero aún hubo más, porque la reina Isabel en su afán de borrar de la faz de la tierra cualquier resto que hubieran dejado los hebreos, ofreció a la catedral toda la piedra que había en el cementerio judío para ser utilizada en edificios. De modo que ni siquiera las cenizas de sus difuntos pudieron descansar en paz en su tierra patria.

DÍA DEL DOCENTE

Celebramos el Día Mundial del Docente en  EL BAÚL DE RITA . Pásate a verlo.