Un lugar para el encuentro y la reflexión, para compartir lo nuestro y recoger lo que nos regalen otros. Un lugar que nos ayudará a conocer y elegir los caminos que ilustrarán nuestra vida y la de nuestros niños
domingo, 4 de agosto de 2013
TIEMPOS DE CAMBIO. CAPÍTULO 5
Isahac Leví de Toledo, ahora llamado Francisco Gil de Toledo, había podido conservar sus bienes gracias a su conversión y la de toda su familia. Después de recibido el bautismo cristiano iban a misa todos los domingos y fiestas de guardar, comulgaban y oraban a Cristo con gran recogimiento. Viendo a la familia tan piadosa nadie hubiera pensado que, de puertas a dentro, seguían practicando la Ley de Moisés. Al desaparecer las sinagogas, se reunían en el sótano de su casa para expresar salmos y cantos de alabanza a Yavé. Los viernes por la noche Sara preparaba la odafina, y la dejaba tapada en el fogón para no tener que encender lumbre el sábado, que era el día destinado a la oración. Y por si alguna vecina le daba el olor al guiso, quemaba cabezas de ajo y sardinas. Cuando llegaba la fiesta de la Pascua, esperaban a que la noche estuviera bien entrada y, sin ser vistos, iban a casa de Isahac Ardutel, el médico, y en su sótano bien escondido celebraban una gran cena junto con otros judíos conversos y leían el Éxodo en un libro con pastas de becerro.
Francisco sabía que, a los conversos como él, les llamaban " marranos", y decían que Dios les condenaría eternamente por no haber sido sinceros en su conversión, pero esa idea sólo sirvió para que él y los suyos se atrincheraran aún más en sus doctrinas, porque secretamente pensaban que Yavé les perdonaría por haber sido obligados a convertirse para sobrevivir.
Sin embargo Francisco ignoraba que su hijo Yosef, ahora llamado Pedro, se sentía cada vez menos obligado a rezar a Cristo. A fuerza de frecuentar las iglesias iba descubriendo otra doctrina diferente a la suya, otra visión distinta de la religión que siempre le habían inculcado. La figura de Jesús, precisamente por estarle prohibida hasta entonces ejercía una gran atracción sobre él, y ahora estaba teniendo la oportunidad de conocerla.Desde muy niño se había preguntado qué le pasaría a aquel hombre que estaba clavado en la cruz, cuál había sido su historia y su pecado para ser condenado a morir de esa manera. Nunca preguntó nada en su casa sobre ello por miedo a la reprimenda de su padre, aunque muchos interrogantes tenía en su cabeza, y no fue , hasta unos meses después de su conversión, cuando todas sus preguntas empezaron a tener respuesta
Empezó a sentir una especie de admiración incontenible por aquel Hombre que había dado su vida por la Humanidad, y atraído por sus padecimientos y por la doctrina de amor que predicaba se empapó de su vida, su obra y sus enseñanzas. Todo ello fue a desembocar en la convicción de la naturaleza divina de Jesús y en un sincero deseo de seguirle.
Todos estos pensamientos nuevos para él contrastaban de lleno con lo que su padre siempre le había enseñado y lo que había aprendido en las escuelas rabínicas. Pero él se sentía feliz cuando los domingos recibía el cuerpo de Cristo, y cuando se veía en apuros invocaba a Jesús y rezaba a la Virgen María en secreto, para que su padre no lo descubriera, y ya cada vez le decían menos las reuniones en el sótano.
Sin embargo sentía un miedo atroz a ser descubierto, a que le vieran judaizando cuando en realidad él se sentía ya cristiano en cuerpo y alma, y cuando su familia le obligaba a reunirse para orar a Yavé lo hacía temeroso por él y por todos ellos. La Inquisición los vigilaba día y noche para juzgarlos y condenarlos sin piedad en caso de sospecha. No podía borrar de su mente la imagen de los condenados a muerte ardiendo en las hogueras de la Plaza de Zocodover, con algunos cristianos alrededor complacidos de ver quemados a los perversos judíos.El recuerdo le produjo náuseas aunque ya había pasado bastante tiempo.
¿ Cómo podían aquellos cristianos que predicaban el amor a los cuatro vientos cometer tal crueldad?
Él era ya cristiano en lo más profundo de su corazón, ya no le cabía duda, pero pensaba en el fondo que ese mismo Dios perdonaría a sus padres y hermanos judíos el día del Juicio Final, ¿Pues cómo iba a condenar un Padre a sus hijos solo porque se hubieran equivocado al rezar? Si, los perdonaría, no por haber sido obligados a convertirse para salvar su hacienda,como pensaba su padre , sino porque Él era el Padre y ellos sus hijos ¿Y qué padre no perdona a un hijo?Y después de todo ¿ no invocaban al mismo Dios? ¡Qué más daba que se llamara Dios, Yavé o Alá!
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